lunes, 1 de junio de 2009

Las 4 muertes más misteriosas de la historia

1. Tutankamon

Tutankamón tuvo la mala suerte de precipitarse desde un veloz carro de guerra tirado por dos caballos. El faraón sufrió varias fracturas y murió de una infección cuando sólo tenía 19 años. Ésta es la última teoría sobre la muerte de un rey que tuvo un reinado muy breve, desde 1333 hasta 1323 aC. Pero durante años, incluso varios agentes de la FBI defendieron una teoría totalmente distinta que afirmaba que Tutankamón habría sido víctima de un magnicidio, hipótesis que se empezó a propagar desde que Howard Carter penetró en su tumba en 1922.

Ciertamente, los tiempos de su reinado fueron bastante agitados, con una fuerte crisis política y religiosa. Esta teoría señalaba como principal sospechoso de la muerte de Tutankamón al gran visir Ay, que se casó con su viuda y lo sucedió en el trono. Se afirmaba que el asesinato se habría consumado gracias a fuerte golpe en la cabeza. Los últimos escáneres de su cráneo, sin embargo, revelan que no hay ninguna incidencia de un crimen. Ni siquiera el fragmento de hueso que se halló dentro de su cráneo demuestra un posible homicidio: seguramente este golpe en la cabeza se produjo durante el embalsamiento.


2. Cleopatra


Cleopatra murió a los 39 años en un lecho dorado y con un vestido real. Había recibido, según la versión de los poetas de Roma, el mordisco mortal de una cobra egipcia. Ciertamente, es poco creíble que fuera ella quien pidiera a las criadas que le llevaran una cesta con un áspid escondido entre las frutas, y que los legionarios que la vigilaban no se dieran cuenta de que se introducía la serpiente en el mausoleo. Tampoco es verosímil la teoría del suicidio, que defendieron los historiadores romanos. Un veneno habría resultado más cómodo y eficaz.

Todo parece apuntar que su enemigo, Octavio, futuro emperador Augusto, habría ordenado su ejecución. Temía que si llevaba a Cleopatra y Cesarión, el hijo que ésta había tenido con César, a Roma, podía despertar la compasión de los ciudadanos. El caso es que no dejó pruebas del asesinato, ya que el cuerpo de Cleopatra desapareció. Muerta la reina, Octavio respiró aliviado y mandó ejecutar a Cesarión. Egipto había perdido su independencia.


3. Octavio Augusto


Según los relatos del historiador romano Tácito, coetáneo de Augusto, el emperador romano habría muerto envenenado. Tácito no señaló a nadie, pero otros acusaron directamente a Livia, la última mujer del emperador Octavio Augusto.

Está documentado que en los últimos años de su vida, Augusto veía complots e intentos de homicidio por doquier. Por eso era muy cuidadoso a la hora de las comidas. Dicen que eran tantas sus precauciones que llegó un momento en que sólo comía higos de una higuera que tenía en el patio de su casa. Y Livia, que era quien mejor conocía sus costumbres, era quien las habría podido envenenar.

La última mujer de Augusto anhelaba que su hijo Tiberio, fruto de un matrimonio anterior, y a quien Augusto detestaba, gobernara Roma. Aunque el emperador prefiriera otros candidatos, éstos iban muriendo de forma misteriosa. De mientras, Livia, una mujer obstinada, tejió una densa telaraña de apoyos para defender los intereses de su candidato. A Livia le preocupaba mucho que Augusto, en sus últimos años, insistiera en la posibilidad de volver a proclamar la República, un giro que habría dejado a su querido hijo sin herencia política. Pero finalmente Livia se salió con la suya: el Imperio continuó y a Augusto no le quedó otra opción que proclamar a Tiberio sucesor.

La salud de Augusto siempre había sido muy frágil. Tenía colitis y bronquitis crónica y siempre tenía que ir acompañado de un médico. Le daban pánico las corrientes de aire, casi no bebía y comía de forma espartana. Con la edad, sus enfermedades se agravaron. La versión oficial es que murió de bronquitis cuando estaba cerca de Nápoles, el 19 de agosto del año 14, con 77 años.


4. Moctezuma


La mala fortuna del noveno emperador azteca, Moctezuma II, empezó en noviembre de 1519, cuando Hernán Cortés desembarcó en las costas de su vasto imperio. Moctezuma, que nunca había visto un caballo, asombrado, estaba convencido de que Quetzatcoátl, el dios de la sabiduría, había desembarcado en el actual México.

Moctezuma recibió a Cortés y a sus hombres como si fuera un dios. Lejos de agradecerles la calurosa bienvenida, los españoles, a quienes no hacía mucha gracia que su vida dependiera de la voluntad del emperador, lo hicieron prisionero. Lo querían convertir en un mero títere, tenerlo sometido y mantenerlo en el poder sólo de forma simbólica. Fue una gran humillación para el pueblo azteca y para los habitantes de la capital, Tenochtitlán, que entonces era cinco veces más grande que Madrid.

En junio de 1520, durante la fiesta de Toxcatl, miles de aztecas, desarmados y adornados con plumas y joyas, se reunieron en la plaza de la ciudad. Los conquistadores los masacraron de forma brutal. La aristocracia azteca se enardeció, retiró al emperador y nombró sucesor a su hermano Cuitláhuac, que lideró la rebelión contra los extranjeros. Hubo cinco días de violentos combates. Desesperado, Cortés quiso negociar para salir de la capital, pero cuando Moctezuma se dirigió hacia la multitud, fue lapidado. Murió tres días después.

Lo que es un enigma es si quien provocó su muerte fueron las pedradas de su pueblo o las de los españoles. Las tropas de Hernán Cortés huyeron a la desesperada y muchos soldados españoles murieron en lo que más tarde se llamó la noche triste.


Extraído de la revista Sàpiens, número 80

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