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viernes, 5 de junio de 2009

A tod@s nos interesa...

Jostein Gaarder dice, en El mundo de Sofía, que, efectivamente, cada cual tiene sus aficiones y eso es relativo, pero que hay temas que deberían interesarnos a todos: esto es la filosofía. Saber de dónde venimos, quiénes somos, si existe Dios, si hay vida después de la muerte… es esencial, son preguntas que todo el mundo se ha hecho una u otra vez.


Sí, claro. Yo me las hacía, y de hecho me las sigo haciendo, pero en una proporción mucho menor que cuando era pequeña. La explicación del señor Gaarder a esto es que, cuando somos pequeños, nos sorprendemos de lo maravilloso –o simplemente sorprendente, dejémoslo así– que es el mundo. Cuando somos mayores, nos hemos acostumbrado tanto a este mundo, que anda nos sorprende. Pero la verdadera demostración de madurez personal es el hecho de seguir teniendo curiosidad por la vida y por la humanidad aun cuando nos hacemos mayores. Perdón, pero ahí discrepo.


Claro que cada uno tiene aficiones distintas. Y claro que cada uno se hace preguntas distintas. Incluso puedo creer que haya quien no se las haga, o quien se las haga con una frecuencia minúscula. ¿Es que a todos nos tiene que interesar el origen de la vida? Para algunos, lo más importante es sobrevivir; para otros, pasarlo bien, comiendo, bebiendo, jugando, haciendo el amor, dedicándose a sus aficiones. Y dentro de éstas no tiene por qué contarse la filosofía. Cuando debamos morir, nos moriremos, punto. No hay que tener una explicación a eso, simplemente llegará cuando tenga que llegar. ¿Para qué comerse la cabeza con ideas sobre el comportamiento del hombre, la ética, el origen y el fin de la vida? Hay quien quisiera que todos nos hiciéramos estas preguntas. Pero los seres humanos somos diferentes entre nosotros, no sólo porque los que piensen en esas cuestiones den respuestas distintas, sino también porque no todo el mundo piensa en ellas. No podemos pretender ser todos iguales. El mundo sería muy aburrido si fuera así. Cuando uno tiene sus aficiones, y también sus valores. Para mí puede ser muy importante descubrir el origen de la vida y resolver la posible existencia de Dios, ¿pero eso qué más le da a la mujer de África que tiene que cuidar de sus hijos y buscarles alimento para que no mueran de hambre? Esa mujer se preocupa sólo por la supervivencia, que, en realidad, es todo lo que buscamos los seres humanos. Sólo pensamos en filosofar cuando ya tenemos esa necesidad, y otras tantas básicas, resueltas.


Es más, diré que la filosofía no sólo es innecesaria para el día a día, sino que además puede dificultarla. Sí, aunque parezca que debe hacer lo contrario, puede convertirnos el día a día en algo duro. Tal vez porque algunos de los que filosofaban tanto querían un mundo mejor y se decepcionaron de éste se suicidaron. No quiero decir que debamos eliminar según qué ideas de nuestra cabeza, pero lo que vengo a decir, al fin y al cabo, es que no a todos nos preocupan las mismas cosas.


Termino ya el artículo. Una frase para acabar, sólo una última frase: SOMOS DIFERENTES, Y NOS INTERESAN COSAS DIFERENTES.

domingo, 3 de mayo de 2009

Herencia y libertad

Voy a empezar este artículo con una frase bastante famosa del filósofo Ortega y Gasset:
“Yo soy yo más las circunstancias”.

Es decir, el ser humano es un compuesto de su herencia biológica y de su entorno familiar, social y cultural, según Gasset. Lo que nos conforma es lo que llevamos en los genes más lo que nos influye nuestra familia y la sociedad. Vamos a analizar la cosa más detenidamente, porque ha sido objeto de estudio a lo largo de muchos siglos.

Tal vez podríamos contraponer la anterior sentencia con la de Sartre: “El hombre está condenado a ser libre”. En cambio, muchos filósofos deterministas decían todo lo contrario, que uno está determinado por su entorno social y por su herencia biológica, que si mi padre es un alcohólico y mi madre víctima de la violencia de género, yo asumiré su mismo papel cuando tenga su edad y mi suerte no será muy diferente de la suya. No puedo elegir, he nacido en ese ambiente, punto. Asimismo, un chaval hijo de padres ricos heredará su empresa y la gobernará con buena mano, igual que hizo su progenitor en su momento.

Por teorías sobre la libertad y el condicionamiento del ser humano, podemos encontrar cientos a lo largo de la historia, miles. Por lo tanto, lo que yo ahora diga aquí no será, por supuesto, una gran variante ni trascenderá en absoluto. Pero de todos modos una opinión es una opinión, así que la expongo:

Comparto con los deterministas la idea de la imposibilidad de escalar en una clase social, o al menos, de las pocas posibilidades de escalar en cuanto a nivel social. Pero también comparto con Sartre la idea de la libertad del ser humano (ser humano, no se nos olvide; el lenguaje, cuanto menos sexista, mejor). Y sobretodo, estoy de acuerdo con Ortega y Gasset, que podría representar el equilibrio entre ambas opiniones.

Pero, ¿cuál es el que predomina en el ser humano? ¿La determinación social, la herencia biológica, la libertad…? Los humanos, si no fuéramos libres, no seríamos humanos. Pensamos y sentimos, y estas características nos hacen diferentes, respectivamente, de los animales y de las máquinas. Estas dos herramientas nos sirven para ser libres para elaborar nuestras propias decisiones sin tener que depender de los demás.

Claro que, frente a esta libertad, alguien me dirá que no somos “completamente libres”. No, claro que no. La libertad tiene límites, y no pocos. Por ejemplo, yo soy libre para ponerme a bailar como una loca en medio de la calle. Esto no molesta a nadie, más bien se reirán de mí. Pero si mis acciones perjudican a terceros, ahí se acaba mi libertad. Puede que a mí me guste tirar piedras, pero si con ellas le puedo dar a alguien, no podré disponer de esa clase de libertad. O conducir con el coche a una velocidad superior a la permitida. Hay miles de ejemplos, por eso no debemos preocuparnos.

“Sí, sí”, me diréis, “pero aparte de esta limitación, también tenemos la de nuestro entorno: nuestra personalidad viene determinada por la forma en que nos han educado nuestros padres y por los prejuicios de nuestra sociedad”. ¡Correcto! ¡Correcto! ¡Cien veces correcto! Pero, ¿acaso no podemos hacer nada nosotros para luchar contra eso? ¿Tenemos que quedarnos de brazos cruzados ante lo que nos han enseñado y no ir más allá? Ya que tenemos la capacidad de pensar y de ser libres, ¡usémosla! Pienso que la libertad individual está, o tendría que estar, por encima de cualquier sociedad o entorno familiar.

Hace unas semanas, puse en este mismo blog un artículo relacionado con los Derechos Humanos. Muchos países (del Tercer Mundo, sobretodo), se quejaban de que tales derechos no iban de acuerdo con su código ético. Ellos tienen libertad para tener sus propios derechos, ¿por qué tienen que obedecer los mismos que Europa y Norteamérica? El ser países del Primer Mundo o estar más desarrollados no les da ese derecho. Pero claro, todo tiene limitaciones en esta vida: yo respeto totalmente los Derechos Humanos, estoy completamente de acuerdo con ellos, ¿por qué? Pues porque representan la libertad y el respeto por el ser humano. Pienso que ninguna ley es más acertada que ellos. Pero claro, no todo el mundo piensa igual que yo. Uno es libre de pensar diferente. Siempre y cuando su pensamiento no afecte a nadie. Las leyes de muchos de estos países son discriminatorias hacia la mujer, condenan la homosexualidad y la expresión de ideas contrarias a las del gobierno oficial. ¿Esto no es recortar la libertad, acaso?

Hay que constituir un equilibrio. Una ley no puede, o no debería poder, nunca, jamás, recortar las libertades de cada individuo, siempre y cuando éstas no afecten a otras personas. Es tan sencillo como esto. De hecho, si tod@s cumpliéramos con esto, si no hiciéramos nada en perjuicio de otras personas, las leyes no serían necesarias. Ni los policías. Ni las multas, ni ninguna clase de sanción. ¿Por qué nos empeñamos entonces en hacer cosas que perjudican a otros? ¿Es la maldad innata en nosotr@s? Si es así, ¡entonces luchemos contra ella! Puede que hayamos nacido con ella, pero gracias a nuestra inteligencia y a nuestra libertad de pensamiento, podremos combatirla. Tal vez mi instinto quiere pegar a alguien, pero mi inteligencia me dice que no debo hacerlo. Y la inteligencia, pienso yo, debe estar por encima de los instintos.

En resumen: LIBERTAD PARA TOD@S, MIENTRAS NO DAÑEMOS A TERCER@S.

lunes, 2 de marzo de 2009

Derechos humanos y relativismo cultural

“Cada vez más a menudo, en las noticias se nos informa de violaciones de los derechos humanos. Los ejemplos van desde encarcelar a alguien por expresar sus opiniones políticas hasta masacres étnicas. Sin embargo, ante las críticas del mundo occidental, cada vez son más las personas de otros países que se defienden diciendo que occidente no debería imponer sus ideas acerca de los derechos humanos al resto de la humanidad. De hecho, muchos países dicen que tienen códigos éticos diferentes. ¿Quiere decir esto que el mundo occidental está tomando sus propias ideas culturales y las está aplicando al resto del mundo cayendo así en el etnocentrismo? ¿Deberíamos usar el concepto de relativismo cultural y considerar cada cultura de acuerdo con sus características originales? Si hiciéramos esto podría llegar a ser imposible definir unos derechos humanos universales. Muchos dirían que no existe ninguna respuesta a estas preguntas, pero el hecho de ignorar las diferencias culturales tampoco soluciona el problema.
Lo que sí sabemos es que todas las culturas poseen una ética propia, pero ésta no presta atención a las mismas cosas. Así, por ejemplo, algunas culturas hacen hincapié en los derechos políticos del individuo; otras pueden prestar más atención al orden político. Algunas culturas insisten en la protección de la propiedad individual; otras defienden que se compartan los bienes o que se distribuyan de forma equitativa. Los Estados Unidos hacen hincapié en la libertad de expresión y en el derecho a la propiedad particular, pero si no tienen dinero suficiente hay ciudadanos que se quedan sin seguro médico o sin alimentos.
¿Se puede reconciliar el concepto del relativismo cultural con el concepto de una declaración internacional de derechos humanos? Probablemente no del todo. Paul Rosenblatt comprende el dilema, pero aún así mantiene la necesidad de hacer algo para evitar, entre otras cosas, la tortura y las “limpiezas étnicas”. Defiende que “en la medida en la que es más fácil convencer a los pueblos cuyos puntos de vista y valores se entienden, el relativismo puede ser una herramienta para el cambio (…) El conocimiento que el relativista aporta de los valores y las ideas de la elite, hará más fácil encontrar argumentos para convencerla. (Por ejemplo, en una sociedad en la que el grupo tiene primacía sobre el individuo puede resultar efectivo intentar demostrar cómo el respeto a los derechos individuales puede favorecer al grupo.)” ¿Tú qué opinas?”
Paul C. ROSENBLATT, "Human Rights Violations Across Cultures" (1995)

sábado, 28 de febrero de 2009

Las falacias

Las falacias son afirmaciones que no utilizan un razonamiento correcto, que se basan en argumentos no válidos. Puede, sin embargo, que las conclusiones no sean erróneas; pero lo que clasifica una afirmación como falacia es el método equivocada de razonar. Lo curioso de todo esto es que utilizamos las falacias a diario, y con ellas damos muchos hechos por ciertos. Ahí vienen las más importantes:

1. Falacia ad hominem (contra el hombre). Se niega la opinión de alguien utilizando otros defectos o ideas contrarias a las nuestras de esa persona.
Ejemplo: Como se ha descubierto un caso de corrupción por parte de este político, no estoy de acuerdo con sus ideales.

2. Falacia ad baculum (al bastón). Es una amenaza no relacionada directamente con la causa de la misma.
Ejemplo: Si no apruebas el examen, no podrás salir.

3. Falacia ad populum (al pueblo). Generalmente va dirigida a una gran masa de población, y se trata de convencerla de lo que quiere oír. Se promete un premio no relacionado directamente con la causa. Es todo lo contrario de la falacia ad baculum.
Ejemplo: Si queréis menos impuestos, más libertad, más seguridad y salarios más altos, votadme.

4. Falacia ad verecundiam (de apelación a la autoridad). Se dan por ciertas las palabras de una persona, sólo porque ésta nos parece inteligente o más digna de confianza. Es todo lo contrario de la falacia ad hominem.
Ejemplo:
Esta película es muy buena porque lo dice un crítico reconocido.

5. Falacia ad ignorantiam. Consiste en concluir que algo es falso/cierto sólo porque no se puede demostrar que sea cierto/falso.
Ejemplo:
El acusado es culpable, porque no se ha podido demostrar su inocencia.

6. Falacia tu quoque (tú también). Se utiliza para quitarse una culpa de encima, culpando al acusador del mismo delito.
Ejemplo:
No me llames ladrón, porque tú también lo eres.

7. Falacia ex populo. Se da por cierta una opinión o un hecho alegando que la mayoría lo hace o está de acuerdo con ello.
Ejemplo: Este programa es muy interesante porque todo el mundo lo ve.

8. Falacia de las preguntas complejas. Se hace una pregunta con la intención de que la persona que va a responder dé la razón, diga lo que diga, al primer interlocutor.
Ejemplo:
¿Se te ha comido la lengua el gato?

9. Falacia del argumento circular. Para argumentar algo, se utilizan los mismos argumentos de la conclusión, de forma redundante, y sin llegar a ninguna conclusión aceptable.
Ejemplo: Hitler odiaba a los judíos porque era racista.

10. Falacia de la falsa causa. Por una coincidencia entre dos fenómenos, se establece entre ellos una relación de causa-efecto.
Ejemplo: Como aquel día que llevaba mi amuleto aprobé el examen, volveré a aprobar el siguiente cuando lo vuelva a llevar.

Todo este rollo, que yo he sacado de mi libro de filosofía, parece un tostón, muchas palabras y poco contenido. Pero, si se lee atentamente, uno se da cuenta de que realmente estos argumentos son inválidos. Y lo peor de todo es que los usamos a diario, y con demasiada frecuencia.
Por lo tanto, cuando intentemos demostrar unas teorías o convencer a alguien de nuestra opinión, aportemos argumentos válidos y no nos basemos en falacias, como hacen otros.

martes, 17 de febrero de 2009

Una reflexión ética

Hace cosa de un par de años, leí algo en un libro que me ha hecho pensar desde entonces. Os dejo el fragmento:

" Después de haber leído dos veces la lección, se cerra­ron los libros y todas las muchachas fueron interrogadas. (…) Burns resolvía todas las dificultades. Había retenido en la me­moria lo fundamental de la lectura y contestaba con faci­lidad a todo. Yo esperaba alguna frase encomiástica por parte de la profesora, pero en vez de ello, lo que oí fue esta inesperada increpación:
-¡Oh, qué sucia eres! ¡No te has limpiado las uñas esta mañana!
Burns no contestó. Yo estaba asombrada de su si­lencio.
«¿Cómo no responderá -pensaba yo- que esta ma­ñana no ha sido posible lavarse por estar el agua helada?» (…) no pude seguir los movimientos de Miss Scartched; mas cuando volví a mi asiento, vi que ésta acababa de dar una orden que no entendí, pero a consecuencia de la cual Burns salió de la clase y volvió momentos después trayendo un haz de varillas de mimbre atadas por un extremo. Los entregó a la profesora con respetuosa cortesía, inclinó la cabeza y Miss Scartched, sin pronunciar una palabra, le descargó debajo de la nuca una docena de golpes con aquel haz.
Ni una lágrima se desprendió de los ojos de Burns, ni un rasgo de sus facciones se alteró. Yo había suspendido la costura y contemplaba la escena con un profundo sentimiento de impotente angustia.

(…)

-Pero esa profesora, Miss Scartched, es muy cruel contigo.
-¿Cruel? No. Es severa y no me perdona ninguna falta.
-Si yo estuviera en tu lugar y me pegara con aquello con que te pegó, se lo arrancaría de la mano y se lo rompería en las narices.
-Seguramente no harías nada de eso, pero si lo hicie­ras, el señor Brocklehurst te expulsaría del colegio y ello sería muy humillante para tu familia. Así que vale más aguantar con paciencia y guardarse esas cosas para una misma, de modo que la familia no se disguste. Ade­más, la Biblia nos enseña a devolver bien por mal.
-Pero es muy molesto que a una la azoten y que la saquen en medio del salón para avergonzarla ante to­das. Yo, aunque soy más pequeña que tú, no lo aguan­taría.
-Debemos soportar con conformidad lo que nos reserva el destino. Es una muestra de debilidad decir «yo no soportaría esto o lo otro».

(…)

-Eres buena con los que son buenos conti­go. También a mí me parece ser buena así. Si todos obe­deciéramos y fuéramos amables con los que son crueles e injustos, ellos no nos temerían nunca y serían más malos cada vez. Cuando nos pegan sin razón debemos de­volver el golpe, para enseñar a los que lo hacen que no deben repetirlo.
-Ya cambiarás de opinión cuando seas mayor. Aho­ra eres demasiado pequeña para comprenderlo.
-No, Helen; yo creo que no debo tratar bien a los que se empeñan en tratarme mal y me parece que debo defenderme de los que me castigan sin razón. Eso es tan natural como querer a las que me demuestran cariño o aceptar los castigos que merezco.
-Los paganos y los salvajes profesan esa doctrina, pero las personas civilizadas y cristianas, no.

(…)

-Entonces yo debo amar a mi tía y bendecir a su hijo John y eso me es imposible.
Helen me preguntó entonces que a qué me refería y me apresuré a explicárselo todo, contándoselo a mi ma­nera, sin reservas ni paliativos, sino tal como lo recorda­ba y lo sentía.
Helen me escuchó con paciencia hasta el final. Yo es­peraba que me diese su opinión, pero no comentó nada.
-Bueno -dije-. ¿Qué te parece? ¿No es cierto que mi tía es una mujer malvada y que tiene un corazón muy duro?
-Se ha portado mal contigo, sin duda, pero eso debe de ser porque no simpatiza con tu carácter, como le pasa a Miss Scartched con el mío... ¡Hay que ver con qué detalle recuerdas todo lo que te han hecho y te han di­cho! ¡Cómo sientes lo mal que te han tratado! ¿No crees que serías más dichosa si procurases perdonar la severi­dad de tu tía? A mí me parece que la vida es demasiado corta para perderla en odios infantiles y en recuerdos de agravios."

BRONTË, Charlotte: Jane Eyre

Y bien, yo me pregunto de qué lado debería estar, si del de Helen o del de Jane. Está claro que, a su modo, las dos tienen razón.

Por un lado, nuestro sentido de la justicia nos dice que no debemos aceptar un castigo si no nos lo merecemos, algo totalmente lógico, pero también un poco egoísta. ¿Somos
nosotr@s quienes distribuimos la justicia?

Por el otro lado, ¿debemos aceptar algo de lo que no tenemos la culpa? Quizás no, pero tampoco creo que rebelarse sea la mejor opción. Si a la violencia respondemos con rebeldía o con más violencia, es probable que el primer agresor, el responsable de la pelea, nos vuelva a agredir. Y
nosotr@s, entonces, le agrediremos de nuevo. Sería la historia de nunca acabar. Seríamos libres, pero ¿seríamos felices?

Jane, la narradora de esta historia, ¿es feliz? No lo sé, pero desde luego, es libre. Helen, en cambio, no es libre, pero ella dice ser feliz. Lo que no sé yo es si realmente lo es, porque para un@ debe resultar difícil ser feliz cuando l@ están pegando con una vara.

En fin, la cuestión de fondo: ¿qué es más importante, la libertad o la felicidad?