miércoles, 18 de febrero de 2009

La autoridad

Para empezar cualquiera de mis artículos o blogs, a mí me gusta señalar una palabra clave y buscarla en el diccionario; no sé si será una manía, una tendencia o qué, el caso es que me parece una buena forma de introducir el tema.

Pues bueno, hoy vamos a hablar del tema de la autoridad. Vamos a buscar la palabra en el diccionario:
autoridad. (Del lat. auctorĭtas, -ātis).
f. Poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho. (…) 4. Persona que ejerce o posee cualquier clase de autoridad.

A estas definiciones quería referirme yo, de forma que no voy a poner las demás. Una autoridad es, pues, un poder, una potestad, o bien alguien que ejerce ese poder o esa potestad. Podríamos considerar, por ejemplo, que los políticos son una autoridad: ellos dicen qué debemos hacer, qué no debemos hacer, dictan leyes, mandan en algunas cosas de nuestra vida. También son autoridad los policías y los guardias civiles: nos multan, nos ponen reglas, nos dicen por dónde podemos ir, por dónde no podemos ir… Y por supuesto, también lo son los jefes, los profesores y los padres. Cualquier persona que tenga la potestad de mandarnos con la esperanza de que nosotros lo obedezcamos es una autoridad. De esta forma, podrían serlo también nuestros amigos o nuestra pareja, si son personas dominadoras y nosotros nos dejamos guiar por ellos; pero ése es un tema en el que no voy a entrar.

Yo quiero hablar de las autoridades que todos conocemos, las indiscutibles, esto es, las de todo el Estado, básicamente políticos y policías. A mí un político (la ley, quizás debería decir) me dice que no puedo invadir una casa ajena; un policía me puede decir que no debo aparcar el doble fila. Estas reglas son sencillas y fáciles de cumplir. Además, lo bueno es que tienen una lógica. ¿Por qué no puedo invadir casas ajenas? Por respeto a los demás, porque a mí no me gustaría llegar un día a la mía y encontrarla destrozada y todo echado patas arriba. ¿Por qué no puedo aparcar en doble fila? Porque, aparte de que puedo dificultar el tráfico, si me estoy ahí mucho rato, el coche de mi lado no podrá salir, y al propietario del mismo no le va a hacer mucha gracia ver el mío impidiéndole el paso; tampoco me lo haría a mí si estuviera en la misma situación. En fin, lo que quería decir es que la mayoría de reglas que nos imponen de modo general tienen su lógica y su razón de ser.

¿Qué pasa cuando alguien comete una infracción de esas leyes? Para eso están las multas, y para casos graves, los jueces. No voy a hablar mucho sobre esto, pero simplemente voy a decir que, si la gente tuviera un poco de moral y viviera siguiendo la regla de no hacer a los demás lo que no les gustaría que les hicieran a ellos, viviríamos en paz y no serían necesarias las sanciones.

Ahora bien, ¿puede ser una sanción injusta? Sí, claro. Me llamó una vez la atención el caso de un hombre que se iba a esquiar al Pirineo y, para no tener que pagar su fort-faît (diría que se escribe así), se fotocopió el de su hija, que había pasado allí unos días previamente, y se lo enganchó. En la estación de esquí lo pillaron y el juez le puso una multa tremenda y le cargó algunos meses de cárcel, por falsificación de documentos. Yo voy a decirle a este señor juez, ¿a usted qué más le da, si ese hombre utiliza un fort-faît que no es suyo? Este pobre hombre sólo intentaba ahorrarse dinero. Es verdad que se saltó la ley. Es verdad que todos deberíamos pagar igual por una actividad de ocio como esquiar, por muy cara que sea. Pero de ahí a ponerle meses de cárcel va un abismo.

O, ahora voy a poner otro ejemplo, ¿a ustedes qué les parece cuando la policía detiene a gente por no estar en su propio país? Vuelvo a hacer la misma pregunta, ¿a ellos qué más les da? Es verdad que la presencia de esa gente podría ser a la larga perjudicial para nosotros, pero, ¿tanto como para llevárselos? Seguramente es porque no nos sabemos poner en el lugar de esa gente, que arriesga su propia vida para venir a un país, donde, si no los detienen, no les esperan más que fracasos.

Precisamente sobre la policía es un tema del que quería hablar. A veces, sus métodos, tengo que decirlo, son bastante cuestionables. ¿Cuántos casos de tortura hemos encontrado? Es verdad que el tema se puso de moda hace como dos años con un caso concreto, pero aparte de éste, ¿cuántos más había? O, por decir otra cosa, no sería la primera vez que, hablando de inmigrantes, veo a la policía tratar a gente de otro país de forma bastante distinta de cómo lo harían con alguien indígena. He visto a la policía burlarse de forma sarcástica de alguna gente que, en realidad, no creo que haya hecho gran cosa, delante de sus propias narices, y me ha dolido.

¿Y qué me dicen de cuando la policía decide cortar el tráfico, por los motivos que sean, y nos hacen dar media vuelta porque “por allí no se puede pasar”? Vale, eso es una tontería, no tengo por qué hacerle demasiado caso. No me refiero, obviamente, a los casos más razonables de cortes de tráfico, sino a aquellos en que la policía, en su afán por pillar a algún delincuente, se planta delante de la carretera, y nos jodemos todos por culpa de un par de pendejos, que a lo mejor van a ser lo suficientemente inteligentes como para no pasar por allí.

Precisamente era éste el punto al que yo quería llegar: al de abuso de poder. Abuso de la autoridad. Las autoridades, seamos realistas, tienen que existir. Tiene que haber unas leyes de convivencia, nada más, porque si no esto sería una jungla. Pero el problema es que algunas personas que ejercen la autoridad abusan de ese poder. Y ahora decía policías, pero también podría hablar de revisores de tren, que te ponen multas altísimas si no pagas por un servicio deficitario, de los profesores que se creen con derecho a putearte en los exámenes, o, también pienso que es un abuso de autoridad, que muchos políticos cobren sueldos millonarios, siendo en realidad tan personas y tan ciudadan@s como cualquiera de nosotr@s. Alguien me dirá que ellos trabajan por el futuro de este país. No, señor. Tod@s trabajamos por el futuro del país, al menos, todos los que trabajan, ya sean profesores, basureros o mujeres de la limpieza.

A ver, voy a aclarar algo: reconozco que tiene que haber unas autoridades, y reconozco que esas autoridades tienen derecho a ejercer su poder sobre nosotros. Pero eso no significa que, en el plano legal o social, tengan más derechos que nosotros o sean superiores en ningún sentido.

Por eso, lo digo y lo repito: las autoridades tienen que existir, pero eso no significa que sean personas con más ni menos derechos que el resto de l@s ciudadan@s. Creo que, en último término, siempre voy al mismo punto en todas mis argumentaciones: NADIE ES SUPERIOR NI INFERIOR A NADIE.

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